La felicidad se construye, pero tiene altibajos. No todos los días uno va por la vida con la “carita feliz”, como dice mi hijo…
A veces, de a ratitos, caigo en la tentación de pelearme con Panamá. Sin embargo me pasaría lo mismo en cualquier sitio, porque ya entendí que ser feliz no depende de la ciudad ni del país en el que te encuentres, sino que depende de uno mismo, de la lente con las que quieras mirar tu realidad. Ser feliz es una decisión, estés donde estés.
El secreto está en encontrar lo que más te guste de cada lugar. Cuando uno llega a un nuevo país está ciego, sediento de encontrar su sitio. Pero resulta que no ves nada con claridad.
Después de vivir en Buenos Aires, en Barcelona, algo en Madrid, en Nueva York y en Panamá puedo decir que hay cuestiones que si no las resolvemos las llevaremos siempre en la mochila de viaje, y no podremos huir de ellas. Se repetirán hasta que las resolvamos y pasemos página. Pasemos página de verdad.
Viajar me ha dado la oportunidad de conocer gente maravillosa, lugares únicos y otros que se repiten como con un molde. Lo que nunca cambia, por lejos que te vayas, es la unión con tus seres queridos. Ese hilo rojo invisible que te mantiene unido a ellos.
Deseo que cada uno encuentre su sitio, su hogar, el lugar donde construir sus sueños. No es el mismo para todos, sino que es como la palma de nuestra mano: única y con mil caminos alternativos. ¡Qué afortunados somos si podemos elegir!
Y sobre todo recuerda: “Sé feliz donde estés, que la vida pasa volando y el sitio ideal sólo está dentro tuyo.”
“Solo aquellos que te amen de verdad te dejarán marchar, será que para ellos siempre estaremos de vuelta.